Por: Isbelia Gamboa Fajardo
En un país atomizado en la aplicación de normas, donde los sectores políticos son las que las crean pero no donde las aplican, es irónico observar como se pretende desde esas esferas incluir la educación sexual desde unos parámetros moralistas rayados en mojigatería que no van de ninguna manera con la actualidad científica.
La posición, hace algunos días, del Procurador General de la Nación Alejandro Ordoñez acerca de la conveniencia de ofrecer educación sexual en los colegios a los niños desde transición ha despertado revuelo en los ámbitos académicos.
Plantea el señor Procurador que el dar información a los niños entre 5 y 14 años es conducir a “consecuencias indeseables en materia sexual” estimulando a los pequeños a la expresión de su erotismo y por lo tanto llevando a índices altos de embarazos no deseados.
Lo que desconoce el señor Procurador es la esencia misma del Proyecto de Educación Sexual y Construcción de Ciudadanía, que ha venido estableciéndose desde hace más de 10 años por el Ministerio de Educación, bajo la normatividad de la Ley 115 de 1994, y la Constitución Política de 1991.
No es lo mismo hablar de sexualidad con un niño de 5 años que hacerlo con un joven universitario. Y es la integralidad del proceso educativo lo que constituye una herramienta eficaz donde los padres son los primeros orientadores en su seno familiar.
La actuación de los padres en este sentido es fundamental. No basta con disfrazar con palabras eufemísticas los aspectos de la sexualidad sino al contrario es asumir este deber desde un contexto científico. De allí, radica entonces la premisa que la educación debe ser dada primero a los padres de familia para que sepan transmitirla adecuadamente a sus hijos.
Es sumamente vital reconocer que el hombre en esencia es un ser sexual, pero diferenciar que no sólo lo es en su estructura anatómica y dirigida expresamente hacia la función de la reproducción, por cuanto nos quedaríamos en la etapa medieval o en la concepción moralista de la iglesia católica que tenía el cuerpo femenino sólo para ese fin vedando el placer del encuentro sexual dentro del sentimiento de un amor puro.
No. Es imperioso reconocer que los primeros educadores del niño, como son los padres, establezcan que la sexualidad es un proceso natural, integro que abarca principios fundamentales como el reconocimiento del yo interior, con la apropiación de su identidad de género, que el ser humano tiene derecho a una vida digna, con la aplicación de derechos humanos en igualdad pero teniendo en claro que existen diferencias en la orientación sexual y que deben ser respetadas.
Es la humanización de nuestras vivencias en torno a la sexualidad, es aceptar sin “aspavientos” que nuestro cuerpo es totalmente sexual, mírese por donde se mire, pero que esa condición debe ser correctamente manejada desde su primera infancia.