Luis Carlos Ordóñez Pérez narra vivencias con su hijo menor.
Llego a la casa cansado, con Mónica y mi hijo menor, Carlos Manuel. Últimamente me canso con más facilidad que antes, supongo que por la edad que va acumulándose en mis huesos, aunque yo digo que es el kilometraje.
-Subamos en burro, papi. -me dice Carlos Manuel.
Es un juego que inventé hace algún tiempo para divertirlo y todavía tiene efecto. A veces llego muy preocupado con algo y no tengo ganas de jugar, pero esta vez acepto. Finjo entonces chocarme contra las paredes, como si montara un burro desbocado al subir y eso lo hace reír.
Más tarde, estoy recostado en mi cuarto, con el televisor prendido y leyendo un libro mientras empieza algún programa interesante, y mi hijo viene a verme. Le dije a Mónica que no quería comer nada porque me sentía un poco mal del estómago y él, que lo oye todo y nada se le escapa, viene ahora y me pregunta si estoy enfermo de la barriga.
-Un poco, mano.
Entonces comienza a sobármela y a decir el sonsonete, con mi ayuda: «Sane que sane, barriga de rana, si no sana hoy, sanará mañana».
Le aseguro que ya estoy mejor y le doy las gracias. Entonces se echa encima mío y me abraza. Lo hace a menudo, abrazarme y yo a veces lo rechazo un poco porque estoy ocupado. Esta vez lo abrazo yo también y nos quedamos así, sin hablar, un rato. Luego, dice que se va a dormir y se retira y yo me quedo pensando lo especial que resulta ser todo lo que él hace, a pesar de que las circunstancias no le han hecho las cosas fáciles.
Y concluyo que este ser que ama los tambores y las bandas de música, que adora a su hermano mayor, a sus primos, a sus tíos, que está pendiente de sus compañeros de colegio y sabe quiénes no llevaron el carnet, que todos reconocen en los grandes almacenes donde si uno va sin él siempre lo preguntan, que le gustan los buses, los aviones y los hoteles, que es mi compañero de recocha y anda preparándose para asistirme en la vejez, el que me recuerda siempre las citas y me acompaña a hacer vueltas, el que defiende a su mamá sin dudarlo, él único a quien el gato Uribe permitía cargarlo, ese que hoy está cumpliendo años, es una bendición del cielo y que realmente somos muy afortunados de tenerlo con nosotros.