Cualquiera que, en bien o en mal, hable de mi producción literaria, conquista mi agradecimiento porque me libra del olvido. José Eustasio Rivera, en carta a Luis Tigreros
Por Jesús María Stapper – Félix Ramiro Lozada Flórez es un viajero incansable dentro de los linderos de su comarca huilense, ubicada en algún lugar del sur de Colombia, allá donde comienza la piel de la manigua amazónica que vive repleta de vastedad, misterio, eternidad… y pájaros que no callan sus cantos sublimes y lastimeros. Como si anduviera, cual dios circunstancial, ubicuo y libre en un círculo sin defectos, de fronda exasperante por tupida y bella e indomable; conoce veredas, caminos, ramales… y laberintos, parques arqueológicos (San Agustín), desiertos (La Tatacoa), valles de ríos que no pernoctan (Río Magdalena), y las alturas en las estribaciones del Macizo Colombiano con talante de escaparates siderales donde el sol guarda sus viandas de medio día, pero acostumbra este hombre caminante a salir ileso aún por lo intrincado que fuere de las vías. Es claro, que en ocasiones, se le ocurre trasbordar sus pertrechos de costal con ropa olorosa a montaña y cajas con papel recién estirado, de los autos que serán chatarra de metal, para viajar orondo por el destino, en alados carruajes de alfabetos que andariegos e invencibles, van divagando por las sendas emulando al viejo José Eustasio, en su trasegar. Siempre decidido cruza las fronteras físicas (político-imaginarias) terrenales y, las fronteras irreales y surreales de las alucinaciones, sea de cuerpo presente, sea a través de los sueños. Es un señor “acaparador” de la historia y la literatura de su amada tierra, allende el tiempo pretérito, allende los mapas que le inculcaron cuando apenas inauguró su mirada en un salón de clases de su escuelita de fantasía. Si poseyera barba de musgo (san-agustiniano) constante, sería un compañero ideal del Quijote, aunque las rutas a pie, de este soñador, son un poco más cuerdas que las de El Toboso en su legendaria época.
Con razón se le puede considerar a Félix Ramiro un bogador del Huila: ¡Remero sureño! Vuela por los firmamentos de múltiples maneras y con diferentes vientos. Conoce el temperamento difícil de las tormentas del ocaso y las auras que madrugan a hacer mercado. Extiende su imaginación y su espíritu creativo-investigativo-recolector y vuela y atrapa lo que fuere menester. Tiene la manía del cosechero de vieja data… de sabia cabañuela. Tiene el vicio de embriagarse en las vendimias de la palabra literaria y de la docencia. Sabe de la historia de su tierra, y de su patria, por episodios. Enseña a sus educandos como si él estuviera aprendiendo otro abecedario… otras formas de ver la epopeya humana. Así, generoso, bonachón, y risueño, es. He ahí su labor de profesor… y su cátedra vigente. Escribe con un lápiz de lo uno, de lo otro, del todo… copando totalidades. No deja nada a medias en su palabra. Lo suyo, emprendido de manera quijotesca, son totalidades veraces, de asumida búsqueda, de hondo contenido, de invaluable resultado. Creemos en lo que hace. Sabemos de su constante ir, sin queja alguna. El trabajo realizado tiene el franco resultado que da la labor continua. En resumidas cuentas, es un catedrático, es un investigador, es un escritor, a carta cabal. Las décadas dedicadas a la enseñanza y su ancha bibliografía dan muestras reales de su “azarosa” tarea existencial y de pensamiento.
Antecedentes de una búsqueda “compiladora”
Las tareas de investigación y creación histórico-literarias emprendidas por Félix Ramiro tienen por múltiples razones, un sello indeleble de verdad. Esculca persistente los vericuetos de lo –casi imposible-. Son exigentes… son devastadoras en el ejercicio. Muchas, de tales, emprendidas por otros, terminan por hacer resúmenes burdos de lo investigado. Las investigaciones suyas son serias… sin ínfulas, sin la ordinaria pretensión del culto en los oráculos ficticios ni en los corrillos estratificados donde se reparte vino-tinto gratis (asumidas por otros escritores y supuestos investigadores en nuestro medio). Contienen valores que le dan una connotada estirpe. Los trabajos del huilense de marras tienen el rigor de la concreción científica. Lo certifica ante los escritores, ante la crítica y ante la Academia, con sus antologías, sus mitos y leyendas y otros libros y, con el Manual de Literatura Colombiana –Desarrollo Histórico- que arranca su biográfico decir desde la Literatura Indígena –precolombina-, La Colonia, La Nueva Granada, La Independencia, El Romanticismo, El Costumbrismo, El Modernismo, Los Nuevos, Piedra y Cielo, El Grupo Mito, La Vanguardia, los demás Grupos-Movimientos, los Independientes, y los Aislados que habitan en el baúl del olvido (sin nombre pero con calidad creativa), hasta llegar a la casa llena de habitaciones con iluminación led de la literatura actual. El Estado, la Academia nacional e internacional, los Medios de Comunicación, los estudiantes, los lectores, los investigadores, tienen en este Manual, todo el “andamiaje” de la literatura colombiana.
Para sufrir otra vez: aquello que un coterráneo famoso sufrió
Después de cinco siglos (o más) de vida de nuestra palabra amerindia-castellana vociferada, articulada y escrita, salpicada de multicolores sayos que encandilan con efímeros destellos, podemos enmarcar la inmortalidad de la literatura colombiana, en cuanto a novela refiere, en dos obras: La Vorágine (la gran novela de la selva latinoamericana) de José Eustasio Rivera y Cien Años de Soledad (la secular alucinación de mágico realismo) de Gabriel García Márquez (ambas del siglo XX). Ellas son, sin duda, el cenit de nuestra narrativa. Y son grandes referentes de la literatura hispanoamericana y universal. Sobre La Vorágine y su autor, emprende Félix Ramiro Lozada Flórez, un hombre de camisas –guayaberas- sin abolengos ni marcas publicitadas, la más ardua tarea de investigación-compilación que un escritor-profesor nuestro ha hecho sobre otro escritor colombiano, cuyo título es: José Eustasio Rivera una vida azarosa. Son dos volúmenes de anchas y numerosas páginas. Es una publicación de la Fundación Cultural Arena Limpia. Contiene, con perfecta cronología y precisa instalación, sonetos, cartas, ensayos, cuento, documentos políticos, entrevistas, controversias y comentarios críticos. Textos que establecen la realidad que atrapa lo necesario en la diversidad de las contingencias vividas por el hombre, el autor, el país del momento, la frontera en litigios, la guerra nuestra de nunca acabar, las felonías, las envidias, y lo subalterno y genuflexo y destartalado de nuestra Patria sin carácter político y sin destino fijo (Patria de ayer… igual a mendicante Patria de hoy).
Conocemos en esta obra compilatoria, José Eustasio Rivera una vida azarosa, como si nos presentaran con esmerada alegría, los borbollones de una cascada que cae de un vientre nuevo del cielo, aquello que tanto hemos desconocido del controvertido escritor de Neiva (según partida de bautismo). Las obras, incluyendo el poemario Tierra de Promisión, aparecen con indicios de su edificación en -papeles arrugados- que se embadurnaron de tinta china traída de contrabando y de años amarillos sembrados en los almanaques de pared. Los albores de la novela La Vorágine están presentes. Se vislumbra la gestación de la narración selvática en el estómago de las indecisiones que padece el escritor frente al posible “pueblo” de lectores… y su impacto. Por antonomasia el autor sueña con atrapar el tiempo futuro en un fragmento de su creación, aprehendiendo hálitos que algunos osados llaman: ¡Inmortalidad! Rivera también compartió a manera de limbo, el anhelo de ser eterno, al narrar las atrocidades cometidas por la Casa Arana. Decir de los crímenes del coronel Funes era necesario en literatura. Y está plasmada la persistencia milenaria de la ignominia donde los muertos por asesinatos y masacres los aportan los indígenas y los colonos y los trabajadores (notamos en la mañana que prosigue esta situación, sin cambios, en el Planeta Tierra). Luego de tanta queja, por su parte, ante el Gobierno Nacional y ante el Mundo, mostró la violencia padecida con dolor, con injusticia… y nos dio a conocer el salvajismo a ultranza. Denunciar la vida cruel de los caucheros y de los mortales efectos de la selva de los llanos orientales colombianos y de la Amazonía, fue una prioridad en el texto. Está presente señor Rivera, el valor de sus letras, y el logro de hacer una novela perenne, de alta calidad, porque además, tiene motivos y trascendencia para estar “a la moda” en cualquier época y en cualquier lugar. Nos enseña esta investigación de Félix Ramiro acerca de la labor desempeñada en la novela, con el ejercicio de consejero y crítico, del poeta barranquillero Miguel Rash Isla quien nació en la antigua y polvorienta Calle de San Blas en ¡La Arenosa! primitiva. Nos cuenta cómo surge la publicación del libro y su posterior y multitudinaria crítica en pro y en contra. He aquí, en breve selección, una pléyade de críticos y comentaristas (para mí son dos actos diferentes: criticar, comentar): Guillermo Manrique Terán, Eduardo Castillo, Luis Eduardo Nieto Caballero, Horacio Quiroga, Juan Loveluck, Eduardo Neale-Silva, Seymour Mentón, Rafael Humberto Moreno-Durán, Germán Espinosa, Rafael Maya, Elszbieta Sklodowska, Fernando Harry Lara, y centenares y centenares de voces más. Hoy se comenta en el ámbito internacional, como si acabara de ver la luz pública en moderna editorial, con múltiples pareceres y dispersas razones, sobre La Vorágine. Se escriben tesis, se “formulan” doctorados, sobre la narración de los caucheros, de manera que José Eustasio Rivera, pervive con ánimo de cordillera y planicie y ciudad, como si tuviera quince años.
Conocemos en este trabajo, del profesor Lozada Flórez, otros roles del escritor José Eustasio Rivera. Amén de la obra literaria y su perdurabilidad, nos enseña su vida jurídica, diplomática, parlamentaria, periodística (artículos publicados en El Tiempo y otros Medios) y sus grandes “caminatas” por los llanos orientales y por el resto de la jungla que llega hasta Manaos. Nos habla de las circunstancias que entre flagelos de soberanía nacional padeció nuestro país ante la invasión de la gente y del gobierno del Perú. Evento en el que fue actor principal de denuncia y defensa del territorio nacional y de nuestra gente. Y nos describe la lucha del escritor frente a “contendores literarios” de -poca monta-, ejemplo, Atahualpa Pizarro, Eduardo Castillo, porque dice el propio Rivera, en carta dirigida a Luis Tigreros: -“Cualquiera que atente contra mi obra escrita, juzgándola de mala fe, con criterio tacaño y espíritu hostil, es libre de hacer lo que hace, porque la imprenta le entrega al público las ideas del escritor y a éste no le es dable escoger los jueces.
Pero cualquiera, que como yo, aspire a combatir la crítica indocta, que siembra en la opinión ajena conceptos erróneos y le castra al autor la conciencia de su propio valer, exagerándole méritos y deméritos, no debe vacilar ante el contendor ni ceñirse la estorbosa máscara de la modestia cuando llega la hora de saltar el palenque”-. La batalla existencial y literaria del escritor de La Vorágine continua… es un guerrear constante con su vida y con su obra frente al olvido y frente a la inmortalidad. Con destreza, va ganando, porque esta tarde, con buena vibración, su vida y su obra, abrirán los ojos para iniciar sus pasos firmes por los caminos necesarios. A José Eustasio Rivera lo perdonamos, porque es, con sus libros abiertos, un –repitente azaroso de su vorágine-.
Jesús María Stapper
Bogotá D.C. Febrero 19 de 2014
Colombia -Sudamérica
6 comentarios para "Rivera, repitente azaroso de su vorágine, tarea de Félix Ramiro Lozada Flórez"